domingo, octubre 22, 2006

La ordinaria cotidianidad
Felipe Díaz Garza
Reforma
En términos ideales de teoría de gobierno aplicada a una sociedad con una vocación de orden o en los idílicos términos de gobernante en proceso de ungimiento de una sociedad con vocación de desorden, Felipe Calderón tiene razón al proponerles a los gobernadores del sureste que su región no puede detenerse en coyunturas, si quiere resolver sus problemas de pobreza y marginación. El evento de la ocasión, el segundo foro calderonista de su estrategia México 2030, fue atendido por los gobernadores de Tabasco, Campeche, Yucatán y Chiapas y el representante del de Veracruz, estando ausentes el de Quintana Roo y el de Oaxaca, este último justamente por coyuntura.

"Debemos resolver, sí, los problemas de la coyuntura (los del día a día), pero al mismo tiempo tener el valor y la decisión de atender los problemas del futuro; si lo logramos habremos dado el paso que México necesita urgentemente para ponerse en la ruta del desarrollo", dijo Calderón a los surestenses, encabezados por sus gobernadores, ante quienes el Presidente electo se comprometió a mirar hacia el sur. Con esa mentalidad el panista convocó a los gobernadores y a la sociedad del sureste mexicano a hacer lo necesario para erradicar la pobreza en los próximos 24 años, lo que hace dos semanas propuso en la Ciudad de México y que parece constituir uno de los objetivos centrales de su proyecto de gobierno para todas las regiones de este país.

Lo que no funciona de la impecable proposición del inminente presidente de México es que los conflictos coyunturales que dejamos sin resolver para no detenernos en lo pasajero del presente y para concentrarnos en el futuro, históricamente se han convertido en el futuro, en el que se han vuelto otra vez presente para volver a impedirnos el paso al futuro.

Esa es la historia de la pobreza que, después de ser podada trágicamente, más que erradicada, por la Revolución de 1910, se reconvirtió en un problema "coyuntural permanente" que la sociedad y el gobierno, más por irresponsable abandono que por la "decisión de atender los problemas del futuro", no resolvieron durante todo el siglo pasado y el poco más de un lustro de éste que ha transcurrido velozmente, sin que la urgencia del día a día haya sido desactivada. La emergencia cotidiana, aún sin ser atendida o siendo mal atendida por sus autores y por los encargados de combatirla, no nos dejó jamás construir el futuro que el esperanzado Presidente electo supone que desarrollaremos haciendo a un lado la emergencia cotidiana.

Los teóricos y los alucinados, todos ellos seguramente bien intencionados y crédulos de sus teorías, nos podrán proponer estratégicamente, como lo está haciendo hoy Felipe Calderón, que trabajemos en el porvenir haciendo a un lado la presión del hoy, pero lo cierto es que un incendio que no ha sido apagado y cuyas llamas cobran más fuerza cada día que pasa nos impide necesariamente acercarnos al campo de acción en el que debemos construir el futuro. Hay que llamar a los bomberos, aunque sea una acción del día a día que nos distraiga del reto del desafío del mañana.

Y resulta que apagar el incendio es precisamente la función que el gobernante está obligado a desempeñar en la sociedad, al menos en una sociedad democrática alejada por designio, aunque no de hecho, del totalitarismo. En una democracia, tan idílica como las proposiciones estratégicas de Calderón, la sociedad construye su propio destino y sabe que debe trabajar en el largo lazo y rechazar la tentación de enfrentar lo inmediato. Por eso designa gobernantes, cuya misión ordenada es apagar los incendios de la cotidianidad para que la sociedad, con visión cupular pero desde el conjunto, se desarrolle y construya el futuro.

Esa obligación es la que los antecesores de Felipe Calderón han eludido cumplir sistemáticamente empeñados en obtener una cita con la historia como constructores de la posteridad. Mas sistemáticamente la historia ha eludido otorgarles esa cita porque los extraviados y fracasados bomberos no lograron los ambiciosos objetivos de gobierno que tan equivocadamente se plantearon.

A Calderón parece haberlo pescado ya el devaneo con la historia que lo está tentando con la visión de una misión épica que él debe cumplir. Contrario a lo que él mismo pronostica sobre la distracción que la coyuntura cotidiana puede ejercer sobre nosotros y detenernos en nuestro camino al porvenir, diríamos que el gobernante, Felipe Calderón en este caso, no debe distraerse clavando sus ojos en el histórico largo plazo porque se tropezará con la coyuntura cotidiana.

Que renuncie a la historia o la historia renunciará a él. Si no me cree que le pregunte a Vicente Fox, irremediablemente amargado por su fracaso, ese sí histórico pero no presumible, en resolver los problemas del futuro, causado por el tropezón que se llevó con los problemas del presente. Fox trató de escalar la montaña de Sísifo, pero se resbaló en el flujo del drenaje que eludió bombear.

El presidente Calderón debe ocuparse de la coyuntura para que los demás mexicanos puedan atender el futuro. El Presidente debe destapar la cañería obstruida para que pueda fluir el destino de la sociedad.

Correo electrónico: diazgarza@gmail.com

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