sábado, noviembre 18, 2006

La ultima propuesta para vivir mejor
Slowdown
Es la nueva cultura que gana adeptos en todo el mundo. Se trata de desacelerar y resistir el vértigo de la vida actual. Propone recuperar los ritmos tranquilos y disfrutar de cada momento de la vida: comer, trabajar y hasta hacer negocios… Te contamos todo sobre el universo slow.

Digamos que son una suerte de militantes por la desaceleración de la vida moderna. Slow es un movimiento: tiene un manifiesto constitutivo, filosófico y programático y plantea una crítica al modelo de sociedad occidental La vida Fast, para ellos, es el enemigo a combatir. “Como la mayoría de los movimientos para el cambio social, Slow no conforma una organización social. Son individuos y grupos que comparten la misma creencia: podemos vivir mejor si aprendemos a bajar un poco las revoluciones. De a poco, estos activistas están logrando que la palabra slow empiece a ser relacionada con una forma mejor y más balanceada de hacer las cosas”, explica a Para Ti el periodista canadiense Carl Honoré, quien más sabe de estos movimientos.

En su libro El elogio de la lentitud, Honoré explica: “se trata de un profundo cambio de paradigma, casi una revolución cultural. En un mundo donde se enseña eso de que ‘Tiempo es dinero’ y ‘Más es mejor’ es difícil y aceptar que la mejor manera de valorar nuestro tiempo es hacer las cosas despacio y mejor”, dice. Y agrega: “nos pasamos parte de nuestras vidas rindiéndole culto a la rapidez y enfrascados en una carrera sin sentido contra el tiempo. Cuando mirás a tu alrededor y observás el mundo industrial, ves gente que está viviendo de manera desbalanceada. Sufrimos estrés, burn-out (“quemarse” en el trabajo por agotamiento), fatiga crónica y depresión como consecuencia de nuestra vida sobre-estimulada y sobre-agendada. Tratamos de relajarnos y de disfrutar de las cosas, pero estamos tan ocupados y apurados que no tenemos tiempo para conseguirlo. En el camino, perdemos contacto con nuestras familias, nuestros amigos y con la comunidad”. Los cultores del Slow quieren dejar bien en claro que no se trata de detenerse. En palabras de Honoré, “es hacer las cosas en el ritmo correcto. A veces rápido, a veces lentamente. Habla de la calidad por sobre la cantidad. Por sobre todas las cosas, ser lento te permite disfrutar de la vida con placer”.

Así las cosas, el concepto ha desembarcado en áreas diversas: comida, ciudades, sexo, medicina, educación, arquitectura, negocios y relaciones laborales. Todo Slow. Mientras leés a las apuradas estas palabras, millones de personas en todo el mundo están desafiando el culto y la adicción a la velocidad, tratando de impregnar a los demás con un mensaje claro: despacio es mejor.

EL PLACER POR LA COMIDA... Y ALGO MÁS. ¿Te acordás cuando la comida tenía gusto? Una pregunta similar, entre otras, llevó al periodista italiano Carlo Petrini a profundizar, en 1986, en una teoría que desde hacía mucho tiempo venía rumiando: la vida fast estaba socavando y homogeneizando los sabores y los gustos. Además de estandarizar las técnicas de producción y la oferta de productos, estaba minando el placer y la importancia de la comida como evento social. “No hay cosa más triste que comer solo”, ha dicho Petrini reiteradas veces. “Juntarse a compartir el pan y a tomar vino es enriquecedor y, además, es importante para mantener vivos los aspectos sociales. Cuando la gente come sola pierde uno de las más fundamentales instancias del proceso de la comida”, sentencia. Petrini y quienes estaban con él decidieron que sería el caracol el símbolo que los representaría.

La elección no fue azarosa: el periodista sabía de un libro de 1607 escrito por Francesco Angelita de Aquila donde decía que los caracoles tenían un mensaje de Dios. El caracol de Slow Food –el movimiento que finalmente fundó en Roma, Italia– se presenta como “un amuleto contra la exasperación y contra aquellos que son demasiado impacientes para sentir el gusto por la comida y demasiado codiciosos para recordar lo que acaban de devorar”. Petrini afirma que “la rapidez, que ha sido la obsesión del mundo moderno a lo largo de los últimos siglos, domina cada aspecto de la organización social. Consecuentemente, también regula la comida. Si pudiéramos hacer como el caracol y tomarnos nuestro tiempo para contactarnos con la naturaleza y con los demás, seguro que nuestra forma de vida sería diferente”.

En 1989, en La Opera Cómica de París, se llevó a cabo su oficialización. Hoy el movimiento, que está ya en 114 países, cuenta con 83 mil miembros en todo el mundo y está organizado bajo la forma de convivium. Devenida en ONG de organización horizontal, Slow Food cambia el eje: ya no importa tanto un enfrentamiento al Fast Food sino que plantea un nuevo esquema de cultura alimentaria. De los 800 convivium que hay en todo el mundo, hay siete en nuestro país que están en pleno funcionamiento y tres más en construcción. “Empezamos en marzo de 2002, luego de la debacle de diciembre de 2001. En ese momento pensamos que la propuesta de conectarse con el placer no iba a funcionar, sin embargo pasó todo lo contrario”, cuenta Santiago Abarca (53), abogado y presidente del convivium Buenos Aires Norte de Slow Food Argentina. Tienen 180 socios en Capital y 300 a nivel nacional. Al igual que en todo, funcionan sólo gracias a voluntarios que no cobran un peso por lo que hacen. Según cuenta Abarca, esta ONG se plantea como un movimiento hedonista, pero no un movimiento hedonista porque sí. “Nos definimos como un movimiento cultural ligado al derecho al placer. Pero del placer inteligente”, dice Abarca y agrega: “buscamos concebir el alimento de manera global: el acto de comer, de alimentarse, no es un acto aislado.

No es ponerle combustible al cuerpo, sino que implica un acto cultural. Detrás del alimento hay una persona que lo hace y una propuesta cultural de la persona que lo produce. Y, definitivamente, estamos a favor de la propuesta de detenerse para disfrutar y gozar de una comida que vincule toda la cadena de producción que llega a tu mesa”. Slow Food no sólo busca recuperar los viejos sabores y las recetas de la abuela que la sociedad estandarizada ha olvidado. Tiene, también, una propuesta educacional, cultural y económica respetuosa de la biodiversidad, y genera actividades para que no desaparezca el pequeño productor. “Desde el punto de vista alimentario, el mundo no puede sostenerse con mega corporaciones que te dan alternativas de dos o tres productos. Nuestra meta es revertir la discapacidad gustativa a la que nos ha llevado la sociedad Fast. Está comprobado que las personas que comen poco variado no tienen amplitud de criterio. Comer de esa manera hace que uno no tenga percepción, memoria ni historia de olores y sabores. Su capacidad cognoscitiva y simbolizadora se ve limitada. Si comés rápidamente, terminás poniéndole combustible a tu cuerpo… para eso, mejor tomá pastillas”, desafía Abarca. El y todos los Slow Food piensan: “no estamos a contracorriente sino en la cresta de la ola. Estamos generando una nueva corriente, racional y que propone alternativas de consumo y de alimentación. No sólo estamos generando una revolución alimentaria. Estamos proponiendo otra manera de ver las cosas”.

LENTITUD PRODUCTIVA. “Chi va piano va sano e va lontano. Chi va forte va a la morte”. Este viejo proverbio dice que quien va despacio, va lejos. Y que quien va rápido va hacia la muerte. Los millones de trabajadores que en el mundo sufren de estrés, producto del exceso de horas laborales, lo saben bien. Cada año hay 30 mil japoneses que se suicidan por no poder lidiar con la presión de las urgencias que supone un ritmo de vida frenético. La tecnología ha permitido la creación de sistemas tan veloces que ni siquiera pueden usarse. Es posible crear propulsores que hagan volar aviones a miles de km/h, pero no habría un cuerpo humano que lo resistiera. Hay sistemas de computadoras que son tan rápidos que ni siquiera pueden ser usados en una PC. Entonces, ¿para qué tanto apuro?

De a poco, el mundo del trabajo está comprendiendo que la velocidad es un boomerang. La cultura que la pregona genera decisiones equivocadas que, en la mayoría de las veces, producen errores y solucionarlos implica perder tiempo. Convencidas de esto, cientos de empresas de todo el mundo están cambiando su forma de encarar su relación con sus empleados. A los empleados del Banco de Graz, Austria, los autorizarán a dormir la siesta tras el almuerzo. Sus empleadores aseguran que el mayor beneficio de esa siesta –aun sacrificando horas laborales– será el de aumentar su rendimiento. Claro: slow nada tiene que ver con la haraganería, como proponía el libro Bonjour Paresse, de la francesa Corinne Maier.

Algo de eso entendió IBM Argentina cuando en 1998 implementó el work life, un programa que supone estrategias diseñadas y pensadas para atraer, motivar y retener al talento profesional. “Trabajamos ayudando a los empleados a manejar las demandas de su trabajo y las demandas de sus vidas personales. No las separamos, sino que las integramos”, explica Gisel Saia, gerente relaciones laborales y comunicación de recursos humanos para Spanish South American IBM. Una de las patas del programa es la flexibilidad horaria entre la empresa y sus empleados. IBM, pionero en esta propuesta, considera que como es el empleado (y no la gerencia) el que tiene el control sobre cuándo y cómo hacer el trabajo, éste puede aprovechar su tiempo libre. “Al satisfacer al empleado desde lo personal, se genera concientización y más productividad en el negocio.

Eso, a su vez nos da una ventaja comparativa frente a otras empresas”, dice Saia, convencida de haber sentado las bases para un nuevo paradigma laboral. Según la necesidad, los empleados de IBM pueden tener agendas irregulares (pueden compactar su horario laboral en menos horas para compatibilizar con otras actividades, como llevar a los chicos al colegio, ir a la universidad, o trabajar desde su casa). Porque, para ellos, el sistema face time (estar todo el día sentado en una silla) no garantiza buenos resultados ni genera más compromiso y responsabilidad en los empleados. Rodolfo Nabhen, director ejecutivo regional de recursos humanos para Latinoamérica de ABN AMRO Bank, piensa que “la globalización ha llevado a que la gente trabaje de 10 a 12 horas. Esto está dañando su persona, su salud, su entorno familiar y su psiquis”.

Hoy, según Nabhen, la tendencia de las grandes empresas es trabajar con la fijación de objetivos y no con el cumplimiento de horarios, que tanto preocupaba en los ‘80. Tanto él como Saia creen que, en el trabajo, ser slow es más que posible. Y en Japón, la Meca misma de la vida fast, está surgiendo un nuevo concepto: el slow business. Parece una contradicción en términos, ya que si uno hace la traducción literal diría “negocios lentos”. Y cuando uno dice que un negocio es lento, imagina que va mal. Sin embargo, quienes siguen esta línea –como en el Slow Club– plantean: “en los negocios, la lentitud tiene que ver con andar a un ritmo acorde a la vida humana, la ecología y los valores”. Un reciente manifiesto nipón dice: “los humanos vivimos 700.800 horas, de las cuales 70.000 las ocupamos trabajando. Si adoptáramos los principios de la vida slow, prestaríamos atención a las 630.800 horas que vivimos fuera del trabajo para ganar verdadera felicidad y tranquilidad mental”. Lentitud es belleza, dicen ellos.

LA UTOPÍA AL ALCANCE DE LA MANO. Bra, la pequeña ciudad donde está el bunker de los Slow Food, fue la primera. Hoy, son más de 33 las cittá slow (o ciudades lentas) de Italia. Positano, Orvieto y Chiavenna pertenecen a este grupo y tienen como política preservar las características del lugar, valorizar el patrimonio cultural, promover el uso de tecnología propia, promover la producción de productos naturales y valorizar las comidas regionales, entre otros puntos. Desde el año 2000, un cartel las identifica: se trata de un caracol entre un edificio viejo y uno nuevo. “Lentitud no significa anti-modernidad. Italia está en movimiento y quiere usar la tecnología para preservar la mejor calidad de vida de sus habitantes”, dijo Paolo Saturnini, coordinador del movimiento. Inglaterra la imitó y ya tiene sus “ciudades lentas”. Slow Food Argentina sueña con concretarlas en el país.

El mundo vive, en este momento, un nuevo boom de las técnicas orientales, como el yoga, la meditación y el tantra, que bregan por la lentitud. “La gente se está dando cuenta de que yendo a la velocidad que va no consigue ser feliz”, opina Edgardo Caramella, presidente de la Unión Internacional de Yoga en la Argentina. “En los ‘80, la gran revolución transformadora pasaba por lo político. Hoy, la revolución es humanizarse. El slogan sería ‘Cambiá el mundo y empezá por vos’. La aparición de técnicas y filosofías antiguas que pusieron siempre especial atención en el crecimiento del ser humano es una manifestación del cambio. Ahora, lo antiguo no es visto como oposición”, dice Caramella, profesor de Swásthya Yôga, una disciplina oriental milenaria. En los dos últimos años, el yoga que enseña ha experimentado un incremento del 500 %. Empresas de primer nivel, colegios, fundaciones y universidades están practicando yoga. Dice Caramella: “vivir a mil hace perder la conexión con los sentidos y la conciencia de lo que se hace. Las personas no se alimentan bien y no descansan bien. La tensión los deteriora. Uno no puede correr muchos años a esa velocidad. Quienes hacen meditación –que significa ‘parar los pensamientos’– están más fuertes y construyen desde un lugar más pleno y feliz. Hace unos años, pensar que la vida era un hecho feliz era un pensamiento frívolo. Hoy, la gente quiere ser feliz. Y no se trata de comprar cosas, sino de poder disfrutarlas también: hoy, la gente compra cosas y no las disfruta”.

En este sentido, muchos –en el mundo y también en nuestro país– se han volcado a la práctica del tantra. Según Oscar Gómez, presidente de la Escuela Argentina de Tantra, esta disciplina (que no es una técnica sexual, aclara) permite disfrutar la vida correcta y conscientemente. “Somos slow concientes: disfrutamos de cada cosa que la vida nos ofrece”, dice Gómez. En los talleres que dicta la Escuela, los alumnos aprenden a ver “lo que se están perdiendo por vivir rápido. En la comida o en el sexo. El mundo fast tiene que ver con escapar de nosotros mismos. Con sus ejercicios lentos, el tantra favorece una exploración interior que permite entrar a una vida slow”, explica Gómez.

Se puede empezar por actos prácticos y simples como dejar de manejar y caminar un poco más, cocinar una receta de principio a fin, leer un cuento a los hijos sin saltearse párrafos, volver a practicar algún deporte (no necesariamente caro), hacer avistaje de aves o pasar más tiempo con amigos. O, como sugiere Willie Carballo, el representante de los más famosos spas del mundo en la Argentina, ir a esas casas que venden café y oler el aroma de los granos recién molidos.

Texto M. F. Sanguinetti/A. Gallardo Producción F. Monfort Fotos C. Martínez/ M. Didari/A. Atlántida

http://www.parati.com.ar/nota.php?ID=7737 

No hay comentarios.: